domingo, 11 de octubre de 2015

Hace un mes, después de siete años.

Hoy hace un mes. Un mes de días oscuros, tristes, opresores. Nunca me había sentido tan mal en casi 35 años de vida. Hoy hace un mes que terminó una de las historias más bonitas que me han pasado. Una historia de amor que creía eterna, que deseaba eterna. Una historia por la cual luché, reí, lloré, cambié, adapté, todo para llegar a convertirme en eso que tantas mujeres ansían: una pareja que sea amante, amigo, hermano, padre, chófer, cocinero, jardinero, que sea fiel, sincero, leal, honesto, que te quiera, que te comprenda, te valore, te proteja, te mime, te consuele... todo eso tan extraño e inalcanzable pero que cuando se consigue parece que se convierte en algo común, rutinario, aburrido. Han sido años de esfuerzo en los que he aprendido muchas cosas pero de las que ahora sólo consigo sacar conclusiones malas.

¿De qué sirve esforzarse como hombre para agradar a tu pareja si al final una caprichosa decisión lo tira todo por la borda? ¿De qué sirve aceptar el compromiso (tan raro de ver actualmente), hacer planes juntos, leer libros sobre la vida en pareja, ajustar tu vida a la de la pareja y aceptar al otro con sus virtudes y defectos si en un sólo instante te puede destrozar el corazón y la vida? Ahora mismo no veo que sirva para nada. De nada sirve dar todo tu corazón a nadie. De nada. De momento sólo me queda el rancio amargor del recuerdo de unos besos demasiado enamorados, el humo asfixiante de ilusiones y planes de futuro, familia que nunca se creará (lo siento mucho Thabita, nunca nacerás ya) y la firme convicción que está saliendo lo peor de mí al escribir estas letras. Indignación, desconfianza, odio, misoginia... Tras años de una felicidad indescriptible ahora sólo me queda la indescriptible hiel del rechazo y del fracaso.

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